Sobre la felicidad y las sagas

abril 1, 2009

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Antes de nada, tengo que felicitar y agradecer a la muchachada de 2º P, sus profesores y colaboradores por el sarao de ayer… Ellos ya saben a quiénes me refiero y por qué lo hago. Lo sé, amigos lectores de este blog-medio-de-comunicación-de-masas, es horrible mencionar «secretitos» en un post, pero haré esta excepción.

Y ahora, mis pensamientos generales del momento. Un poco de «Lost» y un poco de «La Puerta Oscura».

Para quienes no son seguidores de «Perdidos» / «Lost», sé que resultamos algo pesados cuando los que sí lo somos hablamos con verdadera pasión sobre la serie. Pues bien, toca ración de isla.

Y aunque mi pensamiento sea concreto y corto, siento la necesidad de compartir la satisfacción que esta serie me está aportando los últimos años. Y qué digo satisfacción, el otro día viendo el capítulo noveno de la quinta temporada, «Namasté», tuve claro que ésa no era la palabra. De lo que estoy hablando es, simple y llanamente, de «felicidad». Sagas como las de «Perdidos» tienen momentos que me producen una felicidad automática [mini-spoiler entre corchetes: como la escena de Lapidus aterrizando un avión comercial con destreza o Sawyer y Hugo abrazándose junto a la Volkswagen azul]. Será frívolo vincular ese sentimiento a un producto de ficción televisivo, pero como de felicidad todo el mundo habla y nadie acierta a dar las claves de cómo conseguirla, yo invito a gozar de ella aunque sólo sea como remedio a la infelicidad. En modestas cápsulas de cuarenta y pico minutos.

Y siguiendo con sagas, es invitable referirse a la continuación de otra historia, la de «La Puerta Oscura», gracias a la segunda parte de la trilogía de novelas del buen amigo David Lozano, en este caso titulada «El Mal». Otro reencuentro con personajes, escenarios y misterios familiares para el lector, en un historia que transcurre en el territorio de los muertos. Y que ya acumula una buena tropa de fans. Así que seguro que David va a conseguir regalarnos otros ratos felices disfrutando de la aventura.

Porque ya se conoce esa manía de dividir a las personas en dos grupos. Los que aprietan el tubo de pasta de dientes por el centro y los que lo hacen por el final; los que les gusta el queso y los que no; y, por supuesto, a quienes les encantan las historias que terminan en «continuará…» y a quienes esto les da una rabia terrible. Queda claro que soy de los primeros.