El final de la Expo

Tras la intensidad de un evento como la Expo para una ciudad como Zaragoza, me sorprendo a mí mismo sin haber escrito ninguna profunda reflexión al respecto. Será porque no me mato a escribir y porque las cosas pasan volando. Así que ahí va una aportación visual a la despedida.

Se trata de las últimas horas del megaevento, los fuegos artificiales dirigidos por el francés Christophe Berthonneau. Un espectáculo muy potente y suponemos que sin reparar en gastos, al que asistimos a orillas del Ebro. Pero… ¡tachán! Unos segundos antes del inicio del fin de fiesta, al fondo, tímidos y lejanos, en el horizonte zaragozano, otros fuegos negándose a ser eclipsados tan fácilmente: los de las Fiestas de las Delicias.

En cuanto a todo los demás que ha afectado a la Expo, pienso algunas cosas. Que en la balanza de los bueno y de lo malo, me pesa más el lado de lo bueno. Porque me gusta mi ciudad y me alegra que le pasen cosas positivas. Ha habido mucha gente que ha hecho posible un evento como éste y otra que lo ha disfrutado un montón.

Y que sí, que, por otra parte, podíamos haber mirado más para casa y que ciertos sectores empresariales aragoneses hubieran trabajado más y con proyectos más golosos. Que el audiovisual de Saura igual resulta que no era tan, tan, tan bueno; y lo digo a pesar de la admiración a su trayectoria y con el malestar de sentirme como aquellos que le decían a Buñuel en las calles zaragozanas lo «flojicas» que eran sus películas. Y que los barcos del Ebro hubiera estado bien que funcionaran como Fluvi manda.

En definitiva, a pesar de sus pegas, me ha gustado la Expo. Y con lo sentidos que somos los maños, estos días cuando sales de casa y la gente te habla de lo bien que les ha sonado el tema desde fuera, pues la verdad, mola. Una pena que lo acompañen de… «bueno, y el año que viene subimos a primera ¿no?».

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